martes, septiembre 26, 2006

La Comunicación...

Todo parte de la base de comunicarnos entre las personas u otros y de la manera en que sea factible. Desde que nacemos hay una intención notable por saber cuáles son las necesidades del otro, qué estará pensando, qué deseará, y es por esto es que utilizamos desde un principio una variedad de lenguajes para relacionarnos. Por ejemplo las manos, los gestos, el cuerpo y palabras, que se acomodan a nuestra edad y experiencias. En general el lenguaje mejora a través del tiempo, simplificándose cada día más la transmisión de pensamientos, ideas y sentimientos, y será así mientras el código utilizado por el emisor y receptor sea el mismo.

En todo este proceso anteriormente descrito, hay dos bases o fases que resaltan a simple vista, la gramática y la comunicación. La primera la entiendo como el arte de hablar y escribir correctamente una lengua, y resalto la palabra arte ya que me parece que una frase o un escrito bien redactado en compañía de buenas palabras, puede llegar a este punto e incluso más, donde el receptor se topa con emociones, sentimientos, curiosidades y esas ganas de un poco más. En este punto se observa que al tenernos frente a un buen escrito de por sí ya está presente la comunicación. Podríamos decir que hay una cierta conexión, comprensión, y transmisión adecuada entre el emisor y el receptor, que es finalmente la función que cumple la comunicación. Como adecuada, entiendo que es la forma correcta y entendible que comunicarnos o transmitirnos ciertos mensajes, es decir, hay una utilización apropiada del lenguaje.

Todo esto se me viene a la mente después que el otro día tuve un encuentro que venía esperando hace meses. Me topé con el hombre enigmático del que conté la vez pasada en este mismo blog.
Lo encontré en el metro -el mismo lugar donde lo vi por primera vez- y fue ahí, por primera vez, donde ese dicho que “se me fue la fuerza de las piernas de lo nerviosa que estaba” se me vino al cuerpo. Casi me caigo. Menos mal que tenía una baranda al lado de mi mano, claramente me sujeté. Lo miré, lo analicé. Era él. Nos quedamos mirando y…nada. El mensaje no fue el mismo, no estábamos en el mismo canal. No nos comunicamos. Mí espera fue un desperdicio, la búsqueda también. No me expresé bien, me quede muda y mí cuerpo no hablo correctamente. El código no era el mismo.

martes, septiembre 12, 2006

Movilización

El metro, los taxis, las micros, los buses, los buses interurbanos, el tren y hasta los colectivos te llevan por donde quieras ir en esta capital. Digámoslo, no son lo mejor del mundo ni tampoco los más pulcros, pero es lo que hay.

Te trasladan, te dejan bien situado y te muestran un reflejo fiel de cómo son las cosas por estos lados. Se ve de todo y para todos. Se siente esa esencia de los santiaguinos: un movimiento extremo, acompañado de fuertes ruidos y con un sazón de apresuramiento. A veces uno se puede llegar hasta a asustar.

Los bocinazos son lo más común, no importa en qué vayas nunca faltarán, y es así porque acá manejar es un trabajo que se hace a la defensiva, esa es la técnica. Los vendedores también están por donde sea; si vas en la micro se suben a ella, si vas por la calle, caminando entre medio de los autos te los encuentras, y están dentro de mi selección de los más divertidos porque están dispuestos a decirte cualquier cosa para que compres sus productos, algo así como: “a gamba y a cien, ahora o nunca, o la oportunidad de su vida”. La música es otro condimento que no podía faltar y a uno le puede tocar desde una soprano con flauta traversa hasta la mejor cueca que uno haya escuchado en su vida.


Las micros es de lo que más tenemos y personalmente son las que más me cautivan. No me importa si son de las viejas amarillas o las nuevas Transantiago, o más conocidas entre los citadinos como las “cuncunas”. Me encantan. En ellas generalmente me relajo y más aún si voy sentada. Escucho música, me desconecto plenamente y además opto por una posición un poco boyerista, ya que miro a todas las personas que se me cruzan por delante, las analizo e intento imaginarme en qué estarán en sus vidas. Me pregunto si tendrán familia, hijos, hermanos, sus gustos y los infaltables problemas y momentos de alegría. Me gusta sentarme al lado de la ventana y en esos asientos que están a mayor altura que todos, ahí se ve todo mejor.

El metro es el segundo método de movilización más usado en Santiago. Transitan más de un millón de personas diariamente y hay horas en que estar en él es un caos. Lo bueno, es que casi nunca se retrasas y además es limpio en comparación con las otras locomociones. Acá generalmente me dedico a leer. Leo el diario, libros, guías y textos, y si no es así, llego a mi más querido y fiel novio que he tenido en toda mi vida: mí mini disc. Sí, me encanta escuchar mí música.
En este lugar y en todos sigo con la misma dinámica de mirar, mirar, analizar y pensar. El metro también me gusta y cada día más, porque realmente está por todo la gran capital, de extremo a extremo. Acá me han pasado cosas extrañas y creo que por eso me ha atraído más en el último tiempo. Es extraño: recuerdo una mañana que un tipo se subió en el vagón que estaba en estación Baquedano. Lo miré atentamente, me llamó la atención. Esa misma noche lo vi nuevamente, incluso hasta bailé con él. Después me lo he topado en dos ocasiones más, y en lo único que pienso es que en Santiago hay más de cinco millones de personas !!!

No importa. La cosa es que hasta las formas de moverse en la capital me han atraído cada día más. La última vez que ocupé el tren fui al Buin Zoo. Fue rápido, cómodo y me gusto la velocidad que se podía sentir tanto en los pies como en la forma que se veían las cosas pasando por el frente de uno al mirar a través de la ventana. Los buses interurbanos en tanto son como una mezcla de acontecimientos, porque el sólo hecho de llegar a Estación Central es todo un jolgorio, ya que hay que cruzar por un mar de gente para llegar a ellos y son muy pintorescos por dentro. Llenos de imágenes de santos, de nombres de novias o esposas y colgantes de muy diversos colores.

El punto es que la movilización ya no es sólo el hecho de que algún transporte me deje aquí o allá; el significado para mí ha trascendido un poco más. He transformado el tiempo de viaje que antes pensaba una pérdida de tiempo en un goce absoluto. Ya no es sólo un escuchar música o admirar a la gente que pasa por las calles y despertar mi imaginación, incluso ahora podría decir que este viaje continuo me ha ayudado a reflexionar y a estar más cerca de encontrarle la quinta pata al gato que antes pensaba imposible.